Uno puede llegar a imaginarse - porque entre otras cosas lo ha vivido - a esos niños que visitan a sus abuelos o a sus tíos con la bufanda enroscada al cuello antes de ir al estadio; ese ambiente de ternura y cariño que aplaca cualquier tipo de zozobra, compartiendo la inquietud del partido que se jugará en pocas horas. Porque si hay algo en juego en cada partido son las emociones y las sensaciones de los aficionados: los que sufren, los que gritan, los que enarbolan banderas y bufandas y los que se abrazan con la espontaneidad de la verdad cuando su equipo marca un gol decisivo, sufrido, que cuesta una permanencia, un ascenso o un titulo. Todos los aficionados, los que acompañan a su club, a su equipo, desde siempre, poseen, poseemos, esa memoria fotográfica que nos permite identificar tanto los momentos más sublimes como los más desastrosos, con un momento personal: qué estudiabamos, donde trabajabamos, con quién íbamos, el comentario del fulano tal en el bar, antes de entrar al estadio.
Aficionados
. Las personas que verdaderamente sustentan a los clubs en todos los aspectos. Los que hacen que todo esto sea posible. Los que con su acompañamiento y aliento hacen que un club sea verdaderamente grande, tenga identidad, tenga su propia idiosincrasia.
Llevado por la emoción y las sensaciones que me dejó el partido del At.Madrid, abro el periódico del día siguiente y me encuentro con que el organismo oficial de turno se queda nada menos que con la mitad del aforo de un estadio para ochenta mil personas. De repente, la perversa realidad, esa que siempre se encuentra agazapada esperando el momento preciso para saltar, me arreo en todos los morros. Me sacudió de golpe las nobles sensaciones que tiene cualquier afionado que se preste, y que se complace durante el año viendo a los chavales de cantera jugando al fútbol. Senti un asco terrible. Cada vez que intervienen los de arriba en algún asunto, siempre dejan las mismas sensaciones. Por un momento me llegué a imaginar a las dos directivas poniéndose de acuerdo, amenazando incluso con un plante si el organismo de turno no doblaba al menos la cantidad de entradas a sus aficionados. Qué maravilloso sería que sucediera algo así. O que las aficiones presionaran a sus propias directivas para que hicieran lo propia. Que pensaran en todas aquellas personas que con sus sentimientos se van a quedar sin entradas. Que el asiento lo ocupara - si se ocupa - otra persona que lo vivira con unos ojos y unas emociones totalmente diferentes. Qué genial sería que por alguna vez pasara algo de verdad, que naciera algo espontaneo y noble, exigiendo el lugar que verdaderamente se debería ocupar. Cerre el periódico con mi ingenuidad y mi sinsabor. Hasta la próxima.
Pedir disculpas por la falta de acentos en algunas palabras. Escribo desde el móvil y esto sencillamente va como va.
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