Hoy es el primer domingo de septiembre. Comienzan esos domingos plomizos y tediosos del otoño, rodeados de asfalto, bloques de piso y barrios que se concentran alrededor de sus bares, plazoletas y centros deportivos. Atrás quedó esa vía de escape tan terapéutica y natural como es la playa. Atrás quedaron los interminables paseos por la orilla del mar sintiendo bajo las plantas de los pies la fina arena, las inmersiones bajo el mar que nos transportan a nuestro lado mas primitivo, o las largas sesiones de pesca bajo la agradable sombra de la sombrilla. Son unos días que conectamos con nuestro lado mas salvaje y natural, y del que un día nos apartamos casi definitivamente. Son unas jornadas mucho más pausadas, en las que vivimos con el ritmo de otros tiempos, sólo con el ritmo que marca la inclinación del sol y la salida de la luna. Unos días que sirven para encontrarnos con nosotros mismos y para cargarnos de esa serenidad que iremos perdiendo progresivamente en cuanto nos traslademos a lo que se ha convertido en nuestro hábitat natural: torres de pisos y barrios enteros que se agolpan en distritos con la única separación "natural" de las carreteras. Nos encontraremos de nuevo con amigos y conocidos, y con cierta melancolía les resumiremos las vacaciones con un "muy bien". Ya habremos cambiado nuestros paseos sin rumbo por la playa, por otros más programados a cualquier centro comercial, tienda o donde sea. Y jugaremos de vez en cuando a ser dueños de nuestro tiempo y ocio cuando se decida ir en coche a cualquier otro lugar que no sea la plazoleta del barrio. Todo resultará ser un experimento patético y fallido. Porque nada podrá sustituir lo natural por lo artificial, por mucho que nos empeñemos, y más cuando no existe separación natural alguna entre barrios enteros o bloques de pisos. A diferencia de otras ciudades europeas, aquí vivimos con unos horarios más cambiados - forzados- y sin espacios verdes entre vecindades que a su vez se convierte en ese espacio que resulta tan necesario para no sentirse tan agobiado y para evadirse de vez en cuando. En muchas ciudades, si quieres espacio y además que sean verdes no tienes otra opción que meterte en el coche.
Muy pronto, todas estas sensaciones desparecerán por completo por las necesidades imperiosas del día a día y que nos marcarán el devenir del año. Algunos psicólogos han llamado a todo esto "síndrome posvacacional" y lo relacionan con las vacaciones en general. Yo lo llamo tomar conciencia de lo que debería ser y no es. Afortunado el que viva muy cerca de la playa, de la montaña o de cualquier otro espacio natural.
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