sábado, 19 de marzo de 2016

La dulce espera

Cuarenta días llevan esperando. Toda la cuaresma. Sin inmutarse, sin descomponerse lo más mínimo gracias a la calidad del chocolate con el que están hechos. Han soportado a niños acompañados por sus padres que le daban golpecitos al cristal, a curiosos que los señalaban con el dedo mientras cuchicheaban, también a multitud de guiris que llevados por un frenesí de reporteros gráficos frustrados veían en ellos algo insólito, una noticia destacada para enseñar a sus paisanos en el viaje de vuelta. Han visto como se modificaba a contrarreloj el paisaje de la Campana, como colocaban las primeras pilas de sillas y vallas y los primeros faldones en los balcones. Han visto las primeras gotas de lluvia y las primeras ráfagas de viento impertinentes de la primavera. Les han subido y bajado dos veces al día la reja de la confitería en sus propias narices. Algunos de ellos, algunos compañeros, han sido victimas de la glotonería humana sin que su número y compostura sufriera merma alguna. Todo lo han soportado con una estoicidad inconmensurable, que marcará el camino sin ninguna duda a sus hermanos mayores, a los de carne y hueso, cuando comiencen a pasar mañana delante de ellos si el tiempo lo permite. Serán testigos mudos de una nueva semana santa, entre lo solemne y grande que pase ante ellos y el bullicio lleno de vida, conversaciones animadas y correrias infantiles entre los veladores colocados tras ellos. Formarán parte de nuevos recuerdos infantiles en una nueva semana santa. Y siempre estarán ahí para recordarnos que una vez todos fuimos niños.

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