miércoles, 2 de marzo de 2016

La perversión en el sistema y el silencio que mata

Otra vez ha vuelto a suceder. Ha pasado lo de siempre. Nadie sabe nada. Nadie habla de nada. Y otra vez la soledad de unos padres que tienen que lidiar contra los tribunales y contra los elementos para que se haga justicia, para hacer honor a la memoria de su hijo y para buscar a los perversos malhechores que lo abocaron al suicidio. Por enésima vez nadie se hace responsable de nada. No son los primeros padres que vemos aparecer en televisión transfigurados por el dolor, desesperados por recuperar la dignidad que le arrebataron a sus hijos de la forma más vil y abyecta. En el recuerdo quedará para siempre la soledad de la madre de Sandra Palo, gritando desesperada en la puerta de la cárcel, desencajada de dolor porque ya había cumplido la exigua condena uno de los malhechores que asesinaron a su hija. El continuo peregrinaje de los padres de Marta del Castillo por los lugares donde se supone está el cuerpo de su hija y que a su vez emplazó el único semi-condenado del caso es ya sabido y continúa a día de hoy, con sus consiguientes apariciones televisivas. Casos hay muchos y son muy sangrantes y ponen en evidencia nuestro sistema judicial. Los padres se convierten a tiempo completo en vigías de sus propias causas sin más apoyo que el que puedan tener de sus círculos más cercanos y teniéndose que enfrentar inexplicablemente a ciertos periodistas que pululan por ciertos programas de televisión. No sé qué tendrá esto de la justicia, que en cuanto se habla de reformas de verdad, para que funcione de verdad, en manos de personas verdaderamente honradas que lo único que pretenden es que las cosas funcionen a mejor, todo quisqui se pone a temblar: "antifascistas" , "revolucionarios" , "capitalistas" , y todos esos mismos que pertenecen a partidos que montan puestas en escena y que claman a los cuatro vientos contra todo tipo de injusticias y que son los primeros en abanderar manifestaciones a favor de la igualdad, dignidad, contra el maltrato machista,  contra la violencia machista, guerras y todo lo malo en general. Es indignante el contraste tan grande que existe entre la soledad de la honradez que encarnan los padres con su dolor, y las multitudinarias puestas en escena subvencionadas a base de impuestos. Es perverso, aberrante, vil e hipócrita ver cómo el politiquillo de turno agita la campana que indica a todos que ha llegado la hora de manifestarse a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo, pero que se opone o pospone para más adelante la reforma de la justicia y del código penal. Cientos, miles, centenares de miles de personas se echan a la calle al son de la campanita en plena era del "librepensamiento" y el acceso a la información, con sus globitos, pegatinas en el pecho, cánticos y otras gilipolleces con la única intención de hacerse oír y clamar contra la injusticia que toque ese día y para demostrar ante las cámaras de televisión, ante los amigotes, ante los vecinos y ante cualquiera que son guais del paraguai y que batallan contra cualquier injusticia que se les ponga por delante. Es indignante, vomitivo, repugnante y asqueroso ver todo ese teatro, todos esos perfumes, todo ese lavado de cara, todo ese acompañamiento y contrastarlo con la soledad de la causa tan noble que encarnan esos padres. Y es que estos padres ponen en evidencia sin pretenderlo a todo el sistema político en general y se convierten en una verdad incómoda para todos esos montadores profesionales del teatrillo.           
Se ha suicidado un chiquillo, un niño de 11 años y en las imágenes se ven compañeros de patio asistiendo a clase acompañados por sus padres como si nada hubiera sucedido.  Periodistas y tertulianos se preguntan en directo que cómo es posible que un niño con esa edad se llegue a suicidar. Hay imágenes que hablan por sí solas y esa aparente indiferencia en la puerta de entrada al centro son de las que lo dicen todo. Me cuesta mucho trabajo imaginar que en la intimidad del hogar ningún padre le pregunte a su hijo por lo sucedido o que ningún chiquillo le cuente a sus padres algún episodio aberrante que haya presenciado u oído por boca de otros y que pueden llegar a trastornar una mente infantil. Todo lo que están viviendo estos chiquillos, los alumnos del centro, les puede causar en realidad un serio trastorno. El tan socorrido "tú cállate y ve a lo tuyo" desde la voz autoritaria de un adulto ante lo que un crío percibe como injusto puede llegar a ser demoledor a largo plazo. Esa actitud cobarde con tal de salir indemne y tirar para adelante es muy perjudicial, mata de golpe el lado infantil, valiente y noble que tienen todos los críos. Esa respuesta ante algo tan injusto marcará a muchos críos para siempre y hará que su comportamiento quede condicionado para mal en una edad adulta.
Cuenta el padre en el plató de televisión que el hijo salió aquel día del colegio con la cara pálida, aterrado, pidiendo alejarse del colegio a toda prisa. Relata con entereza pero con un fuerte ramalazo a dolor en el rostro todas las vicisitudes en los días previos al suicidio. Que fue su mujer la que lo llamó por teléfono y se lo dijo, que él ya no estaba en casa porque se levantaba muy temprano para ir a trabajar. Y que su hijo había dejado una carta en la que decía que ya no aguantaba ir al colegio y que era la única forma de no ir. Pues bien, el juez ha archivado la causa porque según parece no existen indicios suficientes de que Diego sufriese acoso escolar. Pues nada, asunto concluido, finalizado. Mientras tanto las cosas continúan su transcurso natural en el centro. Su normalidad, que es de lo que se trata. Una siniestra y perversa normalidad que no la quisiera en absoluto para mí. Una siniestra y perversa normalidad en las instituciones escolares y políticas, que cada vez que sucede algo semejante son los primeros en escurrir el bulto y no aparecer en televisión. Ninguna proclama, ni manifestación masiva, ni muestras de apoyo a los padres destrozados, ni nada de nada. Solos, más solos que la una los ha dejado este sistema perverso que nos "gobierna" y nos rodea. Desde luego, no me gustaría estar en el pellejo de los cómplices que actúan o callan con una muerte a sus espaldas. Ni en el pellejo de esos negligentes que no hacen ni exigen que se haga lo debido para esclarecer lo sucedido.

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