sábado, 5 de marzo de 2016

Y Rosa Parks volvió al autobús

A cada parada, el autobús se iba llenando. El insistente rumor de los pasajeros fue desplazando progresivamente al silencio de un autobús semivacío que hasta aquel entonces había realizado casi todo el trayecto como una especie de autobús fantasma. Los asientos se fueron ocupando y el ambiente se tornó más dinámico y alegre. El bip de la máquina al pasar el bonobús se volvió una constante. Mucha gente comenzó a entrar por parejas o grupos, continuando la misma conversación que ya mantenían en la parada, de vuelta del trabajo, de las clases o de cualquier otra parte.
- Sigue adelante que atrás hay un sitio.
- ¿Me deja usted pasar?
Frases que se oían cada vez con mayor insistencia. Muchos ya tenían que empezar a conformarse con hacer el viaje de pie. Entre el barullo de la gente que comenzó a agolparse en la entrada y los que continuaban entrando apareció la figura grande de una mujer de raza negra. Consiguió meter con total suficiencia un enorme carrito de lona verde; como si sus fornidos brazos estuvieran ya acostumbrados a aquel trajín. El ambiente en esos instantes hacía que el interior del autobús fuera un hervidero. Un zumbido constante de gente hablando sin cesar, contestando el móvil, grupos de jóvenes riendo y algún que otro frenazo a destiempo que añadía mas pimienta a la cosa hicieron que el vieja fuera más entretenido que al principio. Uno tenía que fijarse detenidamente en algunas personas para tener la absoluta certeza de que no todo el mundo iba hablando ni montando follón, desde luego. La mujer negra llevaba un pañuelo verde en la cabeza y permanecía de pie, agarrando el carro con fuerza con sus dos grandes manos. Su gesto severo escrutaba fugazmente su alrededor de vez en cuando o bien se perdía al final del autobús, hacia un punto impreciso. De labios carnosos, cara redondeada y mirada algo caída y profunda, también fijaba su atención más allá de los amplios ventanales del autobús, haciendo un paréntesis en su estado de semivigilancia. Con la mirada perdida en el paisaje que se movía ante sus ojos negros, su parpadeo se volvió más pausado. Se encontraba en ese estado ausente al que todos hacemos una visita en momentos puntuales. Quizás estuviera pensando en su familia, en su propia vida aquí en España o quién sabe en qué cosas. Estando así, algo la hizo reaccionar, sacudiéndole de golpe su reconcentración: la mujer que se encontraba sentada justo a su lado se bajaba en la próxima parada y ella ocupó su asiento sin inmutar en nada el gesto, sin mover si quiera lo más mínimo la comisura de sus gruesos labios. Con sus brazos reacomodó el carro y lo puso a su lado. Sentada, con la cabeza inclinada hacia atrás, notando el vaivén del autobús y rodeada por el monótono runrún de la gente le resultó imposible no quedarse dormida. Su respiración se volvió más profunda y pausada. No hay mejor cama que un cuerpo cansado y más tranquilidad que tener la certeza de que nada malo te puede ocurrir. Largos viajes, largas travesías, innumerables fatigas y trabajo de esclavo en un año tan futurista como el 2016 donde, según la filmografía, nos podríamos teletransportar, viajar en el tiempo o desplazarnos en coches voladores, hace que cualquier rincón sea ideal para descansar. Se despertó tras un buen rato, tras muchas paradas. Como sacudida por una especie de resorte biológico que hubiera desarrollado tras innumerables trayectos en la línea de autobuses, se despabiló instantes antes de llegar a su parada, se levantó, agarró el carro con la misma determinación, con el mismo gesto severo, y bajó del autobús.

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